martes, 21 de agosto de 2012

En defensa de la culpa

Muchas veces, cuando hablo con personas no católicas, tienen la impresión de que los católicos estamos constantemente hablando de la culpa, como si fuera una pesada losa que llevamos sobre las cabezas, que nos hace tristes, miedosos, apagados, mutilados, atados. Sin embargo, si me paro a pensar, la culpa desde la perspectiva católica no me parece mala (quizás esté equivocada, no soy teóloga).

¿Qué es la culpa? Según la RAE podríamos hablar de de dos de sus posibles acepciones:

2. f. Hecho de ser causante de algo.
4. f. Psicol. Acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado.

Es decir, la culpa es sinónimo de responsabilidad. Yo soy responsable de mis actos. No es el destino, ni los demás. Soy yo el responsable de mis acciones y éstas tienen unas consecuencias, a veces buenas y a veces malas. Cuando mis acciones son buenas y miro hacia atrás, me siento en paz y orgulloso de mis elecciones, es normal. ¿Y cuando miro hacia atrás y veo que mis acciones han causado un daño (voluntaria o involuntariamente)? Pues ahí, una persona normal, también sentirá un "sentimiento" por ese daño causado, un sentimiento desagradable, que se llama culpa.

¿Qué es necesario e imprescindible para tener culpa? Una cualidad, a mi entender, muy buena: laEMPATÍA. Sin empatía no hay culpa. Los psicópatas no tienen empatía, son incapaces de sentir el dolor ajeno como propio, por eso no les importa hacer daño a los demás, sólo se preocupan de sí mismos... La empatía es la "Identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro" (cfr. RAE). Cuando hacemos daño a otra persona y nos damos cuenta, lo normal en alguien que no carece de empatía, en alguien que ve a la otra persona como alguien valioso, como un ser humano, es sentir ese dolor como propio y, por lo tanto, el daño que uno ha creado también nos duele como propio. Los nazis comparaban a los judíos con ratas en sus famoso documental "El judío eterno" para que al asesinarlos (y consentir su asesinato) no se tuviera empatía, ni culpa...

La culpa, por lo tanto, me parece un mecanismo imprescindible de la psicología humana para vivir en sociedad, para materializar la empatía y para crear comunidades de amor al prójimo.

Ahora viene el "pero": Pero... ¿entonces debemos rasgarnos las vestiduras y cubrirnos la cabeza de ceniza, como hacían los antiguos hebreos, día y noche, para mostrar nuestro constante dolor? ¡¡NO!! El catolicismo es una religión de AMOR y de ALEGRÍA ¿cómo puede ser eso, si nos reconocemos culpables de tantas cosas, todos nosotros pecadores, todos nosotros imperfectos? Porque tenemos el inmenso regalo del PERDÓN.

El Evangelio de hoy, justamente, cuando unos se escandalizaban de que dijera que tenía poder para PERDONAR los pecados, él respondía: "¿Qué es más fácil, decir tus pecados quedan perdonados o levántante y echa a andar?". El perdón de los pecados tambíen se nos nota exactamente igual que si nos quitaran una losa de encima, igual que si fuéramos paralíticos y volviéramos a andar... El perdón es un regalo muy hermoso, es el más suave bálsamo para sanar las heridas del corazón. De hecho, la palabra perdonar viene del prefijo latino per- (acción completa y total) y el verbo donare (regalar), es decir, es un acto de completa generosidad por parte del que perdona. Sin culpa, no habría empatía ni perdón. Si nadie es responsable de nada, no existen relaciones entre las personas, sólo individualismo y caminos que, como muchos, pueden ser paralelos, pero no se entrelazan, ni se unen, ni se funden, ni se tocan... Sí, hay espiritualidades que promulgan un "super hombre" que no se deja influir, que es responsable de su propia felicidad y no influye ni es influido por otros... Pero yo soy muy mediterránea para gustarme eso, a mi me gustan las emociones, vivirlas, expresarlas, no liberarme de ellas. Me gusta sentir la pasión, el dolor, la redención, la euforia!! Me gusta saborear cada sensación que me ofrece la vida, incluso las tristes, como la ausencia del ser querido que me predispone a recordar su olor y su calor...

Pero la culpa no debe quedarse con nosotros mucho tiempo... El catolicismo tiene esto TAN claro, que en cuanto uno siente culpa puede ir corriendo a un confesionario y ya haya gritado a su marido, pegado a sus hijos o asesinado y torturado a 150 personas, puede salir de allí con la conciencia tranquila, con la alegría de saberse perdonado, deshecho de toda culpa y todo sufrimiento, envuelto en la Gracia de Dios y sintiéndose abrazado en los más íntimo por su amor Paternal hasta el extremo. Ese Padre que nos recibe con los brazos abiertos para perdonarnos ABSOLUTAMENTE TODO, que no nos pide otra cosa que la empatía, sentir el dolor ajeno como propio por haber causado ese daño, ser conscientes de ello, para poder curarnos. Nos pide que le enseñemos la herida para vendarla. NO nos pide explicaciones, ni nos castiga severamente. Nos regala GRATUITAMENTE su perdón (per-donare).

¿A veces los católicos hemos olvidado la alegría de ser perdonados? Por supuesto. A veces somos tan tercos que nos dicen: estás perdonado ¡¡¡vive con alegría cada minuto!! y vamos nosotros y nos empeñamos en ponernos tristes. Tenemos hasta una persona concreta, el sacerdote, encargada de dejarte clarísimo que estás perdonado, de acercarte personalmente el perdón de Dios, por si acaso creías que estaba lejos en el cielo y no se preocupaba de ti, pobre mortal. Un hombre, el sacerdote, te asegura que estás perdonado, por si no te lo terminabas de creer... Los hombres, de nuevo, estamos entrelazando nuestras vidas, contándonos nuestros problemas, compartiendo nuestros dolores y nuestras alegrías, y comunicándonos la buena noticia: el AMOR de Dios es gratuito e infinito, perdona todo, ama a todos, hace desaparecer la culpas, los dolores, las cargas, pero no elimina las relaciones humanas, sino que las potencia, crea una comunidad de vida y amor, de prójimos que viven para amar a Dios sobre todas las cosas y al otro como a uno mismo.