sábado, 9 de enero de 2010

Los minaretes y la trascendencia de Europa

No teníapensado escribir nadaal respecto, aunque le he dado bastantes vueltas al tema en la cabeza... Pero he visto algunos apoyos a esta ley por parte de católicos a los que tengo en buen concepto y me han podido las ansias de respuesta.

Recientemente se ha aprobado en Suiza por referendum una ley que prohibe construir minaretes en las nuevas mezquitas que se construyan en el país, por ser un símbolo de poder musulmán y represenar la islamización de Europa.

Para empezar, no creo que eliminando los minaretes de las mezquitas se pueda evitar la islamización de Europa. Me parece innegable que la inmigración y la conversión están genereando un gran número de creyentes musulmanes que anteriormente no exitían en nuestros paises; y es cierto que, como católica, me apena ver cómo algunas personas no han sabido ver la luminosidad del mensaje de Cristo revelado en la Iglesia y se han convertido al Islam. No es menos cierto también que me apenaría ver una Europa musulmana, puesto que si mis creencias y mi fe son católicas es porque mi corazón siente en ellas la Verdad y el Bien que desearía para todas las personas del mundo. Lo contrario sería incoherente, pero el mismo Benedicto XVI ha dicho que La Iglesia no impone la Fe, sino que la propone libremente. ¿Cómo si no se podría entender la Fe? ¿Existe la Fe sin libertad? La respuesta es no. La única manera posible de hacer llegar al mundo la Luz de Cristo es a través de la libertad porque sólo aceptando su Palabra libremente con el corazón se puede llegar a Dios. Ni por obligación ni por tradición, sino por convicción.

Los seres humanos vivimos en sociedad, y mientras esperamos la llegada del Reino de Dios tenemos que conformarnos con nuestra defectuosa convivencia. Para ello debemos tener leyes que protejan lo más básico del ser humano: la vida, la integridad, la libertad... Y dentro de esa libertad se encuentra la libertad religiosa. Me da más miedo el laicismo beligerante que intenta impedir que se proponga cualquier tipo de trascendencia al ser humano. Los creyentes deberíamos recordar más a menudo aquel poema de Martin Niemöller:

Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,

Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.

No estoy hablando de alianza de civilizaciones, ni mucho menos de sincretismo, ni de defensa de los postulados del islam. Hablo de diálogo y de respeto. De diálogo, sí; quizá un diálogo interminable, puede que un diálogo infructuoso a los ojos de los hombres, pero mientras sea diálogo al menos no será lucha.

El diálogo fraterno, el diálogo no teológico sino vivencial y humano que se puede dar entre dos creyentes de distintas religiones que hablan con Dios y le muestran lo más íntimo de su ser, es un diálogo hermoso. No creo que sea herético decir que cuando un creyente mira al cielo y se dirige a Dios en sus oraciones, es un sólo Dios quien le escucha. Todos somos humanos y sujetos a error. Los mismos discípulos no entendían al Señor en muchas ocasiones y sin embargo Él seguía a sulado, escuchándoles y hablándoles para hacerles entender; por eso mismo creo que cuando un ser humano se dirige a Dios con el corazón limpio, Él le escucha. Y creo que Dios les escucha sn tener en cuenta por qué nombre le llamen.

Eso no quiere decir que Cristo dejara a sus discípulos en el error si nintentar explicarles una y otra vez la Verdad, ni que yo misma no sea responsable de seguir difundiendo la Verdad y seguir progresando en ella, conociéndola mejor, viviéndola íntimamente en mi corazón para ir averiguando en detalle qué es lo que Dios quiere de mi vida... Sólo quiere decir que Dios escucha a los hombres, a los que le hablan y a los que no le hablan. Y Dios habla a los hombres, Dios se revela íntimamente a cada uno de nosotros y somos nosotros los que tenemos la libertad de escucharle o cerrarle las puertas, de seguirle o elegir el otro camino...

No puedo evitar sentir un dolor casi físico al leer al Hombre de Blas de Otero

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.
Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!
Incluso en esos momentos de vacío y oscuridad del alma está Dios. Está abrazándonos en nuestra noche oscura, ofreciéndonos un madero en el naufragio: el madero de la cruz donde poder agarrarnos firmemente. Dios no abandona al católico, al musulmán ni al judío, pero tampoco abandona al ateo. Dios es el Padre bueno, el que nos tiende la mano aún cuando le damos la espalda alejándonos, el que tiene la paciencia eterna para ofrecérsenos de mil formas todos los días. Todo hombre que mira al cielo recibe respuesta a su mirada, porque Dios no abandona a nadie.

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