miércoles, 7 de octubre de 2009

Nada como mamá, nada como mamar

Antes del parto sabía muy poco sobre la lactancia materna. Realmente en las clases de preparación al parto nos habían explicado la mecánica, pero ¿cómo explicar la mecánica de un abrazo o de un beso? Una madre no está preparada para entender de mecánicas cuando tiene en su regazo al ser más amado...

Amamantar no sólo es alimentar, sino que es la continuación de una donación generosa que comienza cuando padre y madre, como una sola carne, contribuyen al milagro de la vida con su amor. El pecho es una extensión del cordón umbilical, que mantiene ese vínculo de necesidad y afecto madre-hijo.

Por supuesto también es una gran satisfacción y una madre desea con todo su corazón abrazar, besar, mimar su recién nacido... Pero también descansar.

A veces las normas sociales nos confunden... En esos momentos en que deseas tener al niño en tus brazos (y que tan importante es para el bebé), observarle, comprobar, por fin, después de 9 meses de espera cómo es físicamente tu hijo, en ese momento crucial... Se lo llevan para hacerle pruebas. Cuando vuelve la adrenalina del parto ha cesado y sólo queda cansancio en la madre, y el bebé se ha adormilado de esperar ese ansiado contacto.

Hoy en día, después de 15 meses de lactancia, sé que es importante abrazar y besar a tu hijo; que a veces las rutinas, el orden o la limpieza pueden esperar para dejar paso a la admiración del último descubrimiento de tu hijo, o que un niño aprecia más un paseo por el parque que una camiseta bien planchada.

El parto es un gran cambio, que ayuda a reorganizar la vida y colocar cada cosa en el lugar que le corresponde, rehacer nuestra escala de valores y replantearse qué era lo importante en nuestras vidas antes de entrar en esa espiral de trabajo y consumo. Es una explosión de amor que no puede dejar indiferente. La lentitud de los niños choca con nuestra vida rápida y estresante y le da la vuelta como un calcetín.

Por tantas cosas que debo a la maternidad, a mi hija: GRACIAS.

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